martes, 26 de agosto de 2008

60 caballos


Lo anunciaron hoy por la radio. Por la noche lo veremos en las noticias. Mañana lo leeremos en los diarios. Ellos prometieron que este año no habría inundaciones. Que el drenaje pluvial estaba listo para una y otras muchas temporadas de lluvia. Que en la capital las inundaciones serían recuerdos de un pasado en subdesarrollo. La tormenta lo agarró en el trabajo. ¿Quién lo iba a pensar? Su trabajo era cuidar caballos en la ciudad más grande del mundo. Y, con una mala suerte que de ser buena le habría hecho ganar la lotería, la carta de lo improbable le tocó dos veces. El torrente turbio torció hacia la cañada donde se ganaba la vida. Y se lo llevó. En vez de salvar su vida con premura, intentó salvar a los caballos. Ellos también murieron. Dijeron que 60 en total. Indignados, recordaremos durante algún tiempo su muerte y la de los caballos. De él, jamás aprenderemos su nombre. De los caballos, tal vez recordaremos durante bastante tiempo su cantidad. Así son las cosas en este mundo, donde los caballos tienen número, y algunos hombres no tienen nombre. Me pregunté si el dueño lamentaría tanto la muerte de su empleado tanto como la de sus caballos. Suspiré, y seguí con mi trabajo.

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